El reciente desastre de la DANA ha dejado expuesto, de manera casi caricaturesca, lo desconectados que están del pueblo quienes gobiernan, independientemente de su color y calaña política. Mientras una nación entera se organiza, saca tractores, palas y lo que haga falta para ayudar, las administraciones se limitan a señalarse a toro pasado sobre quién debería asumir responsabilidades, solicitar la ayuda o, en términos prácticos, tomar el control y actuar.
Hemos visto como, cuatro días después de la tragedia, aún no había llegado la ayuda gubernamental y autonómica a muchos municipios, mientras que la gente de a pie se arremangaba a quitar barro y a llevar ayuda a las víctimas a cinco kilómetros andando.
Estos días han revelado sin anestesia, el fracaso de este estado de autonomías y su ineficiente cesión de competencias: los recortes no solo se hacen en sanidad o educacion, sino también en planes de emergencia… y pasa lo que pasa. Políticos sin experiencia en gestión de contingencias, y joder, sin, al menos, iniciativa o capacidad rápida de resolución. Y aquí estamos, recibiendo una lección de negligencia institucional por parte de una élite política que, salvo contadas excepciones, parece más interesada en sus privilegios que en su responsabilidad de proteger a los ciudadanos. En ir a hacerse la foto cuando aún hay cadáveres sin rescatar. O si no, en sembrar desinformación a costa de los muertos y desaparecidos para ganar rédito político.
Y, como si esta novela distópica necesitara otro giro, ayer la mayoría del electorado estadounidense decidió apostar de nuevo por un candidato con historial delictivo, para que lidere su futuro.
Un personaje que no solo quiere «hacer América grande de nuevo» a costa de un discurso lleno de mentiras, bulos y populismo; sino que además, entre muchas otras políticas nefastas que pretende poner en marcha, propone ampliar la huella de carbono, porque… ¿quién coño necesita un planeta habitable?
Esto significará huracanes más potentes, sequías más profundas y lluvias aún más torrenciales. Y, por supuesto, esos efectos no quedarán del otro lado del charco: catástrofes como las de Valencia, Letur, Cuenca o Vinaròs se repetirán mucho más a menudo.
Este es el mundo que tenemos. Este es el mundo que nos merecemos; y quizás, el camino de extinción que estamos empeñados en seguir, sea el más adecuado para nuestra especie.